martes, 10 de marzo de 2009

Los futuros recuerdos

La persistencia de la memoria. Salvador Dalí.

Por Giovanni Rodríguez

“Vivir consiste en construir futuros recuerdos”. Ahora no sé si lo dice María Iribarne o Juan Pablo Castel en la novela El túnel, de Ernesto Sabato. Lo que sí recuerdo es que la frase se lee en una carta que uno le escribe al otro mientras observa el mar y piensa en el futuro y cree que ahí, en ese momento, está “preparando recuerdos minuciosos”, que alguna vez le traerán “la melancolía y la desesperanza”.
Siempre he llevado conmigo esta frase adondequiera que vaya. Y siempre, en cada lugar, he tratado de hacer de cada momento un momento perdurable, uno que pueda servir de colchón a mi nostalgia en el futuro. Algunos de esos momentos han logrado colarse en mi memoria selectiva, pero otros, inevitablemente, se han ido diluyendo con el tiempo.
Hay un recuerdo, sin embargo, que para mí tiene (o tuvo en el momento en que nació) valor pasado y valor futuro. Fue una tarde de mis dieciocho años. Yo iba, desde la ciudad en que vivía y estudiaba a San Luis, el pueblo en donde vivía (y vive aún) mi familia, el pueblo donde nací e hice la primaria y parte de la secundaria, el pueblo en donde me enamoré por primera vez en la vida. Era una tarde de mitad de semana y no viajaba mucha gente al pueblo. Me instalé en un asiento intermedio y me dispuse a dejar pasar el aburrido viaje durmiendo lo que no había podido dormir durante la noche. A eso de las seis de la tarde (creo en esa hora porque ya no había sol y el interior del bus se iba oscureciendo cada vez más) empecé a sentir que algo caía sobre mi espalda. Volví varias veces la vista atrás pero me topaba solamente con los escasos cinco o seis rostros serios de los ocupantes de los últimos asientos. El incidente se repitió un par de veces, y ante mi falta de éxito al tratar de descubrir su origen, opté finalmente por ignorarlo. Minutos después ella vino a sentarse a mi lado y entonces todo empezó a formarse en mi cabeza, como si de pronto ella hubiese apretado el botón y la película empezara su proceso de rebobinado.
La sola presencia de aquella muchacha en la hora restante del viaje a mi pueblo había convocado recuerdos hasta ese momento olvidados, y cuando empezó a recrearme los comunes episodios de nuestra niñez, cuando éramos compañeros de escuela y, sin que ninguno se lo confesara al otro, estábamos mutuamente enamorados, comprendí que en ese momento no sólo estaba recuperando una considerable porción de mi pasado sino también que construía un valioso futuro recuerdo, un futuro recuerdo que contendría el recuerdo de nosotros dos en el asiento de un bus, hablando por primera vez desde que, a nuestros once años, habíamos dejado de vernos, y que contendría también los hermosos recuerdos de nuestra niñez en la escuela.
Este recuerdo podría acabar con el beso que nos dimos por primera y única vez faltando unos cuantos minutos para llegar al pueblo, cuando las luces de las primeras casas iban apareciendo detrás de las últimas curvas en la carretera, pero eso sería serle infiel a la memoria. Desde entonces sé que hay dos cosas importantes en la historia de un hombre: la memoria, que todo lo sabe, y el tiempo, que todo lo cuenta. Lo demás es ficción.
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